La Bomba del Zar ("Iván" era su nombre en clave) fue una bomba de hidrógeno desarrollada por la Unión Soviética y responsable de la mayor detonación nuclear de la historia. El dispositivo fue lanzado a modo de ensayo el 30 de octubre de 1961 desde un bombardero modificado y explosionó a 4.000 metros de altitud sobre la zona de pruebas militares del archipiélago de Nueva Zembla, liberando una energía de 50 megatones, 1.400 veces superior a la de las bombas de Hiroshima y Nagasaki juntas. Su diseño inicial permitía incluso alcanzar los 100 megatones, pero finalmente su potencia fue reducida por razones ecológicas (la contaminación radiactiva habría supuesto el 25 por ciento de la radiactividad total dispersada en el ambiente desde la invención de las armas nucleares) con la sustitución del “empujador” de uranio por uno de plomo, evitando también la lluvia radiactiva.
No obstante, el brutal estallido de la Bomba del Zar elevó la temperatura millones de grados a su alrededor hasta el punto de causar quemaduras de tercer grado a quien se encontrase a 100 kilómetros del mismo. La energía luminosa desencadenada fue tan poderosa que pudo verse a 1.000 kilómetros con cielo nublado, y la nube de hongo alcanzó los 64 kilómetros de altura, 7 veces la elevación del Everest. Por su parte, la onda de choque fue registrada girando alrededor de la Tierra al menos tres veces.
Por suerte para la raza humana, el artefacto fue testado en solo una ocasión y nunca llegó a emplearse como arma de guerra, ya que se trataba de una estrategia puramente propagandística para hacer alarde de la superioridad tecnológica soviética. Su tamaño y su peso, de 27 toneladas y 8 metros de longitud, imposibilitaban su inclusión en un misil balístico internacional, y por tanto su lanzamiento desde grandes distancias. Además, gran parte de su energía se radiaba al espacio; su imprecisión la hacía útil solo contra grandes ciudades como Moscú, Nueva York o Los Ángeles.
Estos explosivos de potencia desmesurada han pasado a la historia, ya que el empleo de múltiples cabezas nucleares para barrer un área se ha demostrado más efectivo. Se estima que la potencia total de todas las cabezas que permanecen ocultas a día de hoy no supera los 7.000 megatones, una energía insuficiente para destruir la civilización humana, aunque sí para sumirla en un estado de hecatombe del que sería imposible recuperarse.